domingo, 21 de enero de 2007

La ciudad de todos los peruanos (II)

Testimonio de quien quiere entender qué significa ser limeño
Juan Manuel Sosa
Coordinador del Núcleo Lima de Constructores Perú
II.
¿Centralista-yo?

Normalmente, fuera de esta ciudad y dentro del país, la palabra “Lima” evoca la noción de centralismo. Efectivamente, es recurrente escuchar a no-limeños decir que las cosas “se hacen en Lima” al referirse a actividades de instancias u organizaciones que se encuentran (a veces eventualmente) aquí, en la ciudad capital. Siempre me queda la impresión de que la mayoría del país siente a esta ciudad como un conjunto uniformizado de limeños que han decidido centralizar el poder, para tomar solo ellos las decisiones (y beneficiarse de estas). Tampoco la haré de inocente: es cierto que vivir en Lima tiene varias ventajas, como acceso a bienes y recursos diversos, o a instancias gubernativas; sin embargo, de allí a considerar que los habitantes de Lima nos regodeamos en el centralismo hay una gran diferencia.

Al respecto, creo que no se ha destacado convenientemente tres grandes paradojas sobre nuestra ciudad, paradojas que desdicen –en parte– la visión que se tiene de Lima desde fuera:

(1) Lima ya no es de “limeños” y los “limeños” ya no son de Lima.
Ni siquiera se puede hablar de un limeño tipo o de tradiciones limeñas vivas; sino que, para considerarse limeño hoy, casi basta con decidirse a vivir en Lima (un tiempo prolongado, digamos). Ni siquiera es necesario desligarse de las identidades anteriores.

Para un limeño, ¿qué identifica a Lima? ¿Será la marinera, el puente de los suspiros, la arquitectura colonial? ¿Será Barranco de noche, los edificios de San Isidro, Asia en verano? ¿Serán los renovados parques zonales, las escaleras amarillas, los recorridos de hora y media en el transporte urbano? ¿Será M.C. Francia, Los Mojarras, Líbido, William Luna, Daniel F. o la novísma Novalima? Finalmente, ¿qué es ser limeño? ¿Cuántas formas de ser limeños existe?

Los habitantes de Lima, constituidos en limeños o limeños de nacimiento, no conocen ni reivindican el pasado limeño, primero colonial y luego criollo, pues ello no forma parte de su identidad. Como escuchaba hace poco, actualmente Lima es la ciudad más andina del país, con lo cual la típica raigambre costeña de la ciudad también se ha transformado Desde hace algún tiempo Lima es un crisol. Lima es de todos los peruanos, y su nueva identidad está siendo construida a partir de las múltiples identidades que se encuentran, dialogan y hasta chocan, fecundando nuevas formas, valores, gustos e idiosincrasias. Seguramente jamás habrá una identidad limeña estandarizada (ni debería haberlo), pero sería imperdonable que de este proceso de fraternal mestizaje no resultara una identidad ciudadana, una comunidad de personas dispuestas a construir futuro juntos (y no solo individuos que conviven, obvian las brechas entre ellos, dialogan poco y se miran menos)

(2) Los “limeños” no piensan en Lima, ni se preocupan por ella.
A diferencia de otras ciudades con fuerte arraigo identitario y cariño por su ciudad, Lima no representa para la mayoría sino un espacio en el que casi accidentalmente coincidimos muchas personas. Es casi un gran hotel, que nos cobija, pero con el cual no generamos mayor vínculo cultural, menos aún afectivo.

Es más, al parecer en Lima se ha generado mayores vínculos con los entornos más inmediatos: los distritos o los conos. Es más fácil querer a mi cono (norte, sur, este), o a mi distrito (mi “rico distrito”, mi “pitu-distrito”, mi “distrito-plus”), que a una desproporcionada e inasible Lima. Cada distrito y cono tiene una identidad (real o creada) de la que uno finalmente uno termina sintiéndose parte (o mudándose, finalmente, a otro distrito que sea idiosincrásicamente más cómodo)

Es conocida la imagen de Lima como la “horrible”. He escuchado a los mismos limeños considerar a Lima como una “gran combi”, en la que no se respetan las reglas (de cualquier tipo), primando la desconfianza y el egoísmo (imagen cercana al “estado de naturaleza”); asimismo, de un “gran basurero”, pues los limeños con insoportable naturalidad arrojan al suelo desde cáscaras de mango hasta colillas de Kent, por no abundar en aquellos caninos impulsos de algunos que gustan de marcar su territorio. Tampoco nos hagamos los pudibundos: En muchos casos las reglas han servido (y sirven) de barrera para la extensión de la ciudadanía (entendida como el posibilidad de gozar y ejercer plenamente los derechos), frente a lo cual la informalidad, y en algunos casos el individualismo, ha sido un cómodo refugio frente al Estado, entidad lejana, incapaz de hacer reglas funcionales y dar a conocer las existentes (menos aún de poner baños públicos o tachos de basura)

Visto así, es necesario que se fortalezcan los vínculos de los limeños con su ciudad y que se articulen reglas de convivencia mínimas para esta ciudad de todos. Reglas que sean funcionales y que reflejen las carencias y potencialidades de nuestra cultura, nuestras necesidades y demandas. La idea es transformar este gran hotel en una casa grande, en la que podamos desarrollar nuestros proyectos personales y construir proyectos colectivos.

(3) A los habitantes de Lima definitivamente nos conviene la descentralización.
Contrariamente a lo que muchos piensan, a Lima –como ciudad o como conjunto de “limeños”– no le conviene que se perpetúe el centralismo, ni siquiera que se mantenga algún tiempo (Por cierto, jamás he escuchado en Lima algún discurso a favor del centralismo, ni siquiera objeciones a que Lima Metropolitana no tenga los beneficios del resto de regiones. En realidad, y me genera cierta desazón, en Lima no se habla mucho de la descentralización).

Es una constante en las ciudades de crecimiento no planificado el desorden urbanístico, la anomia e informalidad, el crecimiento de los niveles de violencia e inseguridad, etc. De ello, obviamente, no puede responsabilizarse a quienes tuvieron como única alternativa de desarrollo la migración a Lima, menos aún a quienes huyeron de la violencia política iniciada en los años 80. Ellos han sido las principales víctimas del centralismo y del poco (e hipócrita) ímpetu descentralizador del Estado. Sin embargo, debe tenerse en cuenta que el centralismo también afectó a la Lima, no por transformarla (es mejor una capital mestiza que una con pretensiones puristas), sino porque esto sucedió de cualquier forma, con total desinterés por parte de quienes hubieran podido prever un crecimiento armónico.

Es una alternativa realista, pero aun mediocre, el postular que la ciudad crezca “hacia arriba”. Si bien es cierto que el crecimiento horizontal de la ciudad sería irrazonable y mantendría las actuales exclusiones, el crecimiento vertical de la ciudad no deja de ser una repuesta “mirándose al ombligo”, pensado a Lima como única alternativa. Lo mismo sucede con el asunto del subempleo y desempleo: es evidente que la proporción entre puestos de trabajo y oferta de personal (ya grave hoy) se irá distanciando más con una solución que solo aumente la densidad poblacional. Igual ocurre con el transporte (Al parecer esta respuesta le viene bien a las grandes constructoras y comercios de Lima) Visto así, una opción más eficiente sería impulsar el desarrollo de todas las ciudades del país, policentralizando el poder político y las posibilidades de crecimiento económico con bienestar, de tal forma que Lima no sea “la opción” de desarrollo para los no-limeños, sino al revés, que los peruanos puedan encontrar posibilidades de éxito en sus propias ciudades (e incluso, por qué no, puedan cobijar a los limeños que todavía no sabemos porqué querer, qué querer, ni cómo querer a nuestra ciudad, entretanto la construimos)

Por ello, si de algo puede acusarse a los limeños –rara avis– no es de centralistas, sino de comodones o autistas, si se quiere.

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